Maduro, entre robos y farsas electorales
La madrugada del 28 de julio de 2024 pasará a la historia como una de los momentos más oscuras del calendario republicano de Venezuela. Ese día, millones de ciudadanos se volcaron a las urnas electorales, superando los más inopinados desafíos, para convertir a Edmundo Gonzalez Urrutia en el presidente electo de Venezuela. Ante ese veredicto épico, Nicolás Maduro consumó otro burdo asalto a la voluntad popular, robándose unas elecciones que, a pesar de que nunca fueron libres ni justas, se las ganamos contundentemente. Bajo un clima de represión, censura y ventajismo descarado, el dictador se autoproclamó vencedor, burlándose del anhelo de cambio de millones de venezolanos.
Y por si ese zarpazo a la democracia no bastara, ahora pretende reforzarlo con una segunda farsa. Este 25 de mayo, el régimen ha escenificado un simulacro que, lejos de aportar legitimidad, profundiza el descrédito que pesa sobre el poder usurpado. Con cifras cocinadas en los laboratorios del Consejo Nacional Electoral sometido al PSUV, Maduro intenta convencer al país y al mundo de una supuesta participación popular que jamás ocurrió.
La verdad es inocultable: más del 86% de los electores venezolanos protagonizaron un histórico acto de desobediencia civil. Le dieron la espalda a una convocatoria ilegítima, organizada para fabricar un resultado plagado de inconsistencias matemáticas y de contradicciones logísticas. Las imágenes de centros vacíos, de calles silenciosas, y de un país que simplemente dijo “basta”, hablan más alto que cualquier cifra manipulada.
Maduro no gana elecciones; las roba. No convoca comicios; monta farsas. El pueblo venezolano ha demostrado una y otra vez su voluntad de cambio, pero se enfrenta a un aparato criminal que secuestra las instituciones, persigue a la disidencia y viola sistemáticamente los derechos humanos.
Hoy más que nunca, corresponde a la comunidad internacional asumir una postura clara. No hay cabida para ambigüedades. Lo que ocurre en Venezuela no es una simple disputa política, es una tragedia humanitaria, es el desmontaje metódico de una república, es el sufrimiento de millones de ciudadanos obligados a huir, a pasar hambre, a vivir sin libertad. El tiempo de los paños tibios se agotó. No puede haber reconocimiento para una dictadura que asesina la democracia a punta de fraudes y mentiras. Y dentro de Venezuela, el coraje cívico de ese 86% que se negó a ser parte del engaño es la llama que sigue viva. Una llama que ni los robos ni las farsas podrán apagar.
Venezuela entera desobedeció, los dejamos solos. Ahora lo que vendrá es un proceso de asignación de cargos que no tienen poder real y un intento de vender un nuevo balance autoritario de un régimen que esta semana demostró que solo lo queda la violencia. En Venezuela ayer hubo una farsa electoral, pero el verdadero mensaje, la verdadera elección la demostró la gente quedándose en su casa y diciendo NO. La represión del régimen no debe ser minimizada, al decir que es lo único que le queda no se dice como si fuese cualquier cosa, al contrario se dice con la responsabilidad de saber que es su última fortaleza y que si la derrotamos se caen/los tumbamos. Ellos quieren que nos resignemos, el rol de los venezolanos que el régimen convenció de participar en la farsa es esa, no es dividir, es llevarnos al hastío y la resignación y fracasaron. La gente es más sabía que mucha dirigencia y nuevamente le dan una lección al mundo.
La parodia montada para aparentar que “defienden nuestro Esequibo” se estrella contra una realidad que colocan en la historia a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro como “entreguistas” respecto al Esequibo y a las reclamaciones que históricamente ha venido haciendo Venezuela. Esa acusación política se basa en cómo manejaron el reclamo territorial histórico de Venezuela sobre esa región en disputa con Guyana. Para comprender por qué se les acusa de haber “entregado” los derechos venezolanos sobre el Esequibo, hay que revisar hechos y decisiones clave que alimentan la siguiente narrativa:
Cambio de postura bajo Chávez (2004-2007)
Durante el mandato de Hugo Chávez, Venezuela adoptó una política exterior que priorizaba una supuesta “integración latinoamericana y la solidaridad con los países del Caribe”, incluido Guyana. Chávez declaró en varias ocasiones que “Venezuela no sería un obstáculo para el desarrollo de Guyana, incluso en zonas en disputa”. En 2004, Guyana otorgó concesiones petroleras en aguas del Esequibo, y Venezuela no reaccionó con firmeza y en 2007, Chávez dijo públicamente que “no quería ser un “estorbo” para el progreso de Guyana, lo que fue interpretado como un gesto de distensión que debilitó la posición venezolana histórica”. Esto fue percibido por muchos como una renuncia tácita a la soberanía sobre el territorio, pues permitió que Guyana actuara como si el Esequibo no estuviera en discusión. Maduro ha sido cómplice de ese proceso entreguista.